*) Enrique M. González Vilar Laudani

En una zona remota, distante de todas las grandes ciudades de la Antigua Persia, gobernada en esa época por el gran Rey Darío, había un monarca, de un pequeño y afamado reino, que pasaba largas horas conversando con los sabios de la corte. En una de esas ocasiones, filosofaban acerca de la Paz Perfecta y cuál sería una muestra cabal de la misma.

El Rey, que era un admirador del arte, ofreció un gran premio a aquel que pudiera, en una pintura, plasmar la Paz Perfecta. Muchos de los más grandes y afamados artistas de todo el mundo conocido se interesaron por el concurso no solo por la ganancia, sino por el prestigio que tendría el vencedor.

Transcurrido el tiempo, cientos de artistas presentaron sus obras en el palacio del Rey. El gran día había llegado. Todos los integrantes de la corte admiraron las pinturas, una mejor que la otra y el Rey, finalmente, eligió las dos mejores.

La primera de ellas mostraba un lago muy tranquilo, que trazaba un espejo perfecto donde se reflejaban las plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas, se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron la pintura pensaron que está reflejaba la Paz Perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas, pero estás eran escabrosas, con un aspecto amenazante. Sobre las mismas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero, con rayos y truenos conformando la tormenta. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua, con una cascada. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero el Rey, al observar detenidamente esta última pintura, vio que tras la cascada había un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Así, en medio del rugido de la violenta caída de agua, estaba sentado plácido, un pajarito en el medio de su hogar….

Paz perfecta…. el pueblo entero se preguntaba qué cuadro elegiría el Rey. Cuando este anunció que la segunda pintura era la ganadora, hubo un murmullo de asombro y el sabio monarca les explicó el porqué de su decisión.

“Paz Perfecta, no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz quiere decir que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón, tal como lo hace este pajarillo. Este es el verdadero significado de la Paz Perfecta.”

Cada uno de nosotros tiene por seguro, muchas cosas que nos rodean que alteran la tranquilidad. Algunas de estas son causa de decisiones propias, tanto pasadas como presentes y lo bueno es que podemos cambiar su rumbo, si estamos a tiempo o modificarlas aunque sea en parte.

Algunas de las cosas que nos traen aflicciones que por ahora no se pueden modificar, vienen acompañadas por sentimientos de culpa, que nos llevan a no perdonarnos. Nos angustia pensar que si hubiésemos obrado de manera distinta todo sería diferente en este día. Este sentimiento nos paraliza, nos sumerge más aún en el pozo en el que estamos.

¿Qué ganamos con esto?. Nada se modifica. ¿Qué tal, entonces, si aprendemos a perdonarnos por los errores cometidos y miramos hacia adelante, habiendo aprendido de nuestra experiencia?.

Como decía el relato, el pajarillo estaba en su nido, plácidamente, en Paz consigo mismo. Pero para obtener su comida, arreglar su nido y mantenerse con vida debía salir, atravesar la cortina de agua, recorrer el ríspido territorio y luchar para sobrevivir, hasta que volvía al nido, a su lugar, a su Paz.

En estos días no podemos esperar que los demás, la vida, los gobiernos o el clima nos den la paz que tanto anhelamos. Nosotros mismos debemos procurarlas. Y a veces hay que tomar decisiones drásticas, que alteran todo nuestro entorno, pero con la fe puesta en qué saldremos adelante.

No es fácil, pero es posible. Saber dónde estamos parados es fundamental. Saber que somos humanos y falibles también lo es. Cada uno tiene su propia circunstancia, su propio dolor, sus puntos fuertes y débiles, pero una clave importante en el logro de la Paz Perfecta, es refugiarse en los afectos.

Cuando era un niño, al meterme en problemas o sentirme triste, corría hacia mi madre, aferrándome a su regazo. Rodeaba su cintura con mis brazos, apoyando mi cabeza en ella y así, acurrucado, sentía paz. Sabía que su amor era incondicional y eso me daba seguridad para salir al ruedo nuevamente.

Cuando somos grandes, a veces somos nosotros los que debemos dar esta paz a nuestros hijos, pero, aún mayores, no importando la edad que tengamos, seguimos necesitando el abrazo, el afecto, la seguridad del amor incondicional de alguien.

Aquéllos que siempre estarán contigo, más allá de lo que hagas, son tus seres queridos, y unos pocos amigos. Creo que es bueno, y lo digo para mí y para vos, que volvamos nuestra vista hacia nuestra familia, que abramos nuestro corazón hacia ellos y les digamos cuánto los queremos, cuánto los necesitamos y que nos fundamos en un abrazo fuerte, fortísimo, cada día.

Todo afuera puede parecer difícil, y quizás lo seguirá siendo, pero, salir de casa o llegar a ella y tener (y dar) este abrazo sincero, amoroso y desinteresado nos brindará un momento de Paz Perfecta. ¡Te lo aseguro!. ¿Lo intentamos juntos?.

*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).

Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.

Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).

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