*) Enrique M. González Vilar Laudani

Era una mañana tormentosa, esas en que pensas que es mejor no salir de la cama, o por lo menos de la casa. Los truenos y relámpagos dominaban el vasto cielo y las inmensas arenas se sacudían al ritmo de las furiosas olas. Me puse a contemplar ese hermoso espectáculo desde la terraza de esa cabañita casi imperceptible en la costa Rochense, asombrado por el gratuito espectáculo.

La naturaleza se encontraba en plena función tal cual una orquesta de cámara, cuando divisé, en medio de la borrasca, una borrosa figura humana, que desafiando las inclemencias del tiempo, se hallaba de pie, en la playa, en lo que parecía ser un agitar de brazos desesperado.

Dudé por un momento en salir corriendo hacia allí o quedarme mirando, para ver qué pasaba. No sé si por curiosidad o por deseo de ayudar en lo que aparentaba ser una emergencia, pero me tiré encima una vieja capa con capucha y bajé corriendo, descalzo, hacia la playa.

Casi sin aliento, mientras me acercaba, podía observar con más detalle el movimiento de esta persona. Al acercarme, la dantesca figura se me hizo más pequeña y menos atemorizante. Seguía un ritmo acompasado en lo que parecía ser una clase de baile o rutina de gimnasia jazz: Se inclinaba hasta el suelo, con la mano derecha extendida y luego cerraba el puño, caminaba un par de metros hacia atrás y tomando carrera, lanzaba su brazo como si arrojase una jabalina o una piedra al mar.

Lo primero que pensé, fue la locura que tenían algunas personas, que se ponían a tirar piedras en medio de tal tormenta, arriesgando su vida, por un hobby tan raro.

Estuve a punto de darme vuelta y emprender el camino de regreso a la cabaña, cuando la curiosidad pudo más que mi desilusión y me acerqué para saber qué hacía esta persona y porqué.

Me puse a su lado justo cuando se agachaba a recoger otra “piedra” y al levantarse, me llevé la sorpresa de mi vida. No solo no era un hombre (¿porque uno siempre piensa que son los hombres los que frecuentemente se enfrentan a los peligros de la vida?), sino que, además, esta pequeña mujer no pasaba de los doce años.

Al incorporarse, y luego de hacer el movimiento antes descripto, me miró sonriendo de tal manera, que pensé que nunca había visto una persona con una sonrisa más feliz. Toda su cara mojada expresaba felicidad y sus ojos pequeños brillaban como diamantes reflejando el sol.

Sin tener necesidad de hablarle, ella me dijo: “Gracias por venir a ayudarme. Hace dos horas que estoy aquí pero no doy abasto. ¡Las tiro lo más lejos que puedo, pero son muchas, tantas… que no sé si alguna de las que arrojo vuelven con la marea!. Vos que sos más grande, ¿me ayudarías a tirarlas más lejos?” y abriendo su pequeña manita, me mostro una más pequeña aún estrella de mar, la cual debido a la distancia, yo había confundido con una piedra.

Aturdido por la situación y sin atinar a responder, seguí sus pasos y comencé a efectuar la extraña danza: me inclinaba hasta el suelo, tomaba una de los cientos de estrellas de mar que la tormenta traía a morir en la playa, y tomando carrera la arrojaba lo más lejos que mis fuerzas me lo permitían, tratando de pasar la línea donde las olas rompían, con la esperanza de que volviesen a la seguridad de su profundo hogar.

Luego de un rato, con el brazo dolorido y meneando la cabeza desesperanzado, le pregunté por qué seguíamos haciendo esto, si la mayoría de las estrellas morirían durante el transcurso de la tormenta y no haríamos ninguna diferencia.

Enseguida me arrepentí de haber hecho tan absurda pregunta. Se paró frente a mí con los brazos en jarra, desafiante, casi enojada y llorando y me lanzó una frase que me acompaña hasta el día de hoy:

        -“No importa cuántas veces tengamos que hacerlo, recogerlas, lanzarlas, recogerlas mil veces y lanzarlas mil veces más. ¡Si tan solo salvamos una estrella, para ella SI habrá una diferencia!”.

Creo que este relato, refleja lo mejor que podemos hacer en nuestra vida, tratando de “Salvar quizás alguna Alma”, de entre las personas  que nos rodean. Te invito a que hagamos este esfuerzo juntos, “arrojar una estrella” ayudando a alguien que necesite un abrazo, una palabra de consuelo, una sonrisa, ofreciendo esperanza. ¿Lo hacemos juntos?.

*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).

Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.

Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).

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