*) Mag. José Luis Corbo

"Hay que destruir el prejuicio, muy difundido, de que la filosofía es algo muy difícil por el hecho de ser la actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos… hay que empezar definiendo que todos los hombres son filósofos, definiendo los límites y las características de esta “filosofía espontánea”, propia de “todo el mundo”, contenida en el lenguaje mismo… en el sentido común… en la región popular… en todo el sistema de creencias, de supersticiones, de opiniones, de modos de ver y actuar” (Antonio Gramsci)

 

Antonio Gramsci fue un intelectual italiano brillante de principios del siglo XX. Con una particularidad especial. Su obra, la que respondía como buen marxista al análisis real y concreto de las relaciones económico-sociales de su época, no fue difundida en su mayoría hasta después de su muerte. No obstante, como lo han expresado la diversidad de autores que han analizado sus documentos, su legado fue tan importante que hoy usamos sus palabras y sus ideas sin siquiera saber que son suyas. Hegemonía es una de ellas.

Para Gramsci, la política subyace al total de las prácticas de los sujetos. Su concepto de política se aproxima al concepto de praxis marxista, en el entendido de que toda acción que implica relaciones entre sujetos, está sostenida sobre la base de supuestos políticos que actúan, consciente o inconscientemente, dirigiendo dicha acción.

Es por eso que toda acción debería implicar reflexión, reflexión consciente en cuanto a la incidencia del acto y del marco axiológico en el que se encuadra. Algo así como aquella distinción que plantea Dusell entre lo moral como lo no pensado –pero cargado de sentidos- y lo ético como lo indefectiblemente crítico.

En el mismo plano, Gramsci plantea que el marco filosófico que subyace a la acción es indisociable de ella, y que la acción consciente requiere de una educación para la acción. Educación que debería trascender lo hegemónicamente instalado, lo no cuestionado, para transformarse en acción consciente. La acción social conjunta, producto de la reflexión colectiva, podría llegar entonces, para el autor, a generar nuevos procesos de automatización, esta vez conscientes, superadores de los ya instalados.

A su vez, esta idea gramsciana va de la mano del lugar y la dimensión de los intelectuales en las instituciones que reproducen hegemonía. El concepto de  intelectual dejaría de referir al pensador encumbrado, para definir ahora también a cualquier actor que lidera una institución que de forma consciente o inconsciente reproduce hegemonía, incluyendo en este grupo a los docentes, los sacerdotes, y muy especialmente los dirigentes sindicales entre otros.

Para el caso específico de estos últimos, Gramsci entendía que el trabajo sindical requería de una educación sindical, la que debería trascender el análisis y la comprensión de los fenómenos particulares del sindicato en cuestión, para enfocarse a la vez en la comprensión del movimiento sindical como acción específica dentro de un contexto global y concreto.

En otras palabras, la educación sindical resultaría a priori insuficiente si no es capaz de trascender al propio sindicato, es decir de llegar al momento de la crítica, es decir a la posibilidad de cuestionar el modelo productivo en relación dialéctica con la dimensión corporativa.

Lo interesante de este aporte, es que en momentos históricos en que aún quedaban rezagos del tradeunionismo, es decir de los sindicatos aislados y pensando corporativamente en sus propios problemas, Gramsci enfatizaba, enfocándose específicamente en la realidad italiana, en la construcción de un movimiento sindical que funcionase como bloque político capaz de pensar de forma conjunta en la posibilidad de enfrentar entre todos al modelo.

No obstante, ese movimiento sindical, para operar como bloque político, requeriría de la intervención de los intelectuales de la política en los procesos de educación de los obreros vinculados a ellos, procesos de los que deberían necesariamente ocuparse –no los intelectuales en el sentido restrictivo sino en el sentido gramsciano-, de forma de promover el desarrollo de una clase política no burocratizada.

Estas reflexiones, si bien pueden sonar anacrónicas, pueden trasladarse perfectamente a la realidad actual. La educación política de los obreros es el gran debe del sindicalismo en nuestro país y en gran parte del mundo, tanto como la formación para la reproducción de ideas corporativas y abstractas, presuntamente desconectadas de la crítica al modelo productivo, de la verdadera crítica política.

La unión sindical implica la comprensión de los fenómenos complejos, así como la comprensión de las formas en que el modelo determina las lógicas que se reproducen a la interna de cualquier espacio de trabajo particular y concreto. 

 

*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.

Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.

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