Por Lylián Rodríguez Méndez

La desesperanza, el aburrimiento, hastío, pérdida de bienes materiales y afectivos llevan al hombre a cuestionarse la viabilidad del futuro. No solo vinieron para quedarse entre nosotros, sino para ser más agresivos.

El hombre fácilmente culpa a los animales de sus padecimientos, olvidando todo el daño que le hace a la naturaleza, el medio ambiente, los hábitats. Acusan al cambio climático de los grandes cataclismos, pero no se cuestionan seriamente quien lo provoca.

El hombre es quien desde tiempos inmemoriales, desde el primer sapiens que caminó erguido por la tierra es el que agrede a otros seres vivos.

Históricamente, muchos siglos atrás, los efectos secundarios de los animales salvajes habrán ocurrido pero las personas infectadas habrán muerto o recuperado antes de entrar en contacto con grandes poblaciones.

Si observamos el reino animal vemos que hay un balance ecológico, donde cada integrante contribuye al orden natural. No obstante, las cadenas de desastres que se han provocado han llevado al cambio en la naturaleza.

Los murciélagos por ejemplo, los de herradura -Rhinolophus ferrumequinun-, especie de quiróptero de los hábitats arbolados, viven en grandes colonias con fidelidad a su refugio de condiciones adecuadas para la cría e hibernación. Estos por su carácter gregario y baja capacidad de regeneración, pues tienen una sola cría anual, padecen las perturbaciones o destrucciones de sus colonias pudiendo ocasionarles pérdidas elevadas de especímenes.

La transformación del hábitat los ha llevado también al borde de la extinción. Así, la cadena ecológica se rompe y al ser los depredadores de insectos, y muy importante, de mosquitos, nos vemos afectados. A esto hay que agregar que los murciélagos son los mamíferos que conviven con mayor número de virus, además de bacterias y hongos, causantes de enfermedades virales en el hombre, entre ellas las transmitidas a través de los coronavirus. Los otros animales salvajes también se infectan pues los virus saltan de especie en especie y pueden llegar al hombre.

La urbanización extrema, deforestación, tala de grandes áreas de bosques junto con la migración humana obliga a todo tipo de animal a estar cerca de pueblos y ciudades donde no solo habita el hombre, sino también los animales domésticos, como ganado vacuno, gallinas, cerdos. Así, enfermedades zoonóticas antes encerradas en áreas naturales se cruzan más rápidamente y pasan al hombre.

La caza indiscriminada de depredadores que se alimentan de otras especies, como los tigres, osos, rinocerontes y pangolines, al no estar controlada por el balance ecológico aumentan las enfermedades zoonóticas. De hecho la caza ilegal para consumo elitista y mezclas de partes de sus cuerpos con medicamentos, tan común en la medicina tradicional china está contribuyendo a la contaminación.

Los murciélagos y simios pueden transmitir virus a humanos por contacto directo o consumo de sus carnes. Un plato exquisito en restaurantes asiáticos donde acuden personas de elevado estatus es el cerebro de mono, como también el estofado de patas de oso.

Según el Prof. Andrew Cunningham de Epidemiología de la Vida Silvestre de la Sociedad Zoológica de Londres, el hecho de que los murciélagos tengan la capacidad de volar ha logrado que su sistema inmunológico se vuelva especializado. Cuando vuelan tienen una temperatura corporal máxima que emite fiebre y esto se repite por lo menos dos veces al día. En estos mamíferos cuyos patógenos han evolucionado no lo afectan como en el hombre, donde la fiebre es un mecanismo de defensa diseñado para matar virus.

Cuando los murciélagos se estresan al ser cazados o su hábitat es dañado por deforestación su sistema inmunológico se ve desafiado y le resulta más difícil hacer frente a los patógenos. Esto lleva  a que las infecciones aumenten y se excreten, se eliminen. Es decir, que si el individuo es portador de un virus, en situaciones de estrés, contaminará.

La pregunta es ¿por qué la enfermedad se transfiere? Es por desbordamiento zoonótico que se produce la transferencia y lleva al cruzamiento con otras especies.

Entonces, las causas de propagación zoonótica de los murciélagos o de otras especies silvestres, casi siempre ha sido el comportamiento humano.

Según Kate Jones Presidente de Ecología y Biodiversidad en el Univertity College de Londres: “Estamos aumentando el transporte de animales para medicina, mascotas, alimentos a una escala que nunca antes habíamos hecho”. Expertos señalan que un factor que significa casos raros de propagación zoonótica puede convertirse en problemas globales en semanas. Por la globalización en un día se puede estar en un bosque de África Central y en una ciudad altamente poblada al día siguiente.

El daño al planeta puede dañar a las personas más rápidamente que los cambios climáticos naturales. Kate Jones dice que los virus “…están en aumento porque hay muchos de nosotros y estamos muy conectados. La posibilidad de que ocurran más desbordamientos en humanos es mayor porque estamos degradando estos paisajes. La destrucción de los hábitats es la causa, por lo que restaurar los hábitats es una solución”.

La Revista Clinical Microbiology Reviews publicó en el 2007 un artículo de un Estudio de la Universidad de Hong Kong sobre el reservorio de virus en murciélagos de herradura (portadores del SARS-Cov) que junto a la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China: “…es una bomba de relojería” para la aparición de nuevos virus similares, como pasó con el SARS-Cov-2, causante de la enfermedad del Covid-19. Esto porque los coronavirus se someten a una recombinación genética que puede dar lugar a nuevos genotipos y brotes. Ya pasó con el coronavirus anterior cuando se presentaban platos de civetas como delicatesen y este animal había sido infectado por murciélagos.

En diciembre de 2019, cuando el brote de Covid-19 los murciélagos hibernaban, así que en el mercado de Huanan en Wuhan, China, no había estos mamíferos. Entre otros, había pangolines y se consideraron posibles huéspedes intermedios, no probado, pudieron ser búfalos, ovejas, gatos, mapaches, puercoespines, serpientes.

La solución no es fácil; con impedir la venta de estos animales (vivos) en mercados chinos, donde se mezclan criaturas con una carga de estrés y hacinamiento de jaulas encimadas, no es suficiente. Este comercio y consumo está tan arraigado milenariamente en la cultura china que disposiciones legales no alcanzan para terminar con el problema.

La venta de serpientes secas para tratar artrosis, escamas de pangolín para la impotencia masculina, adornos con sus uñas, platos como la sopa de murciélagos, testículos de tigre, cobra frita, además del comercio de pieles de leopardos y tigres, todo eso hace imposible cortar con la cadena de virus.

El investigador Enrique González que ha formado parte del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) del Uruguay ha dicho que en los ecosistemas alterados los virus saltan de una especie a otra y esto porque el estrés disminuye las defensas de los animales y enferman o trasmiten. La cría de animales silvestres en granjas prolijas podría ayudar a mejorar la situación.

Al margen de lo dicho, hay que considerar la posible extinción de los animales. La caza nunca puede ser indiscriminada y si se opta por criaderos, teniendo en cuenta las necesidades del hombre, debe devolverse a la naturaleza un porcentaje de las crías.

Los animales silvestres y domésticos son seres vivos que tienen derecho a una vida saludable, libre y protegida. El hombre como animal superior también tiene esos derechos pero sus acciones han conseguido que los virus hayan venido para quedarse y volverse más agresivos.

*) Dra. en Derecho y Ciencias Sociales (abogada) ahora jubilada. Ha participado en talleres de literatura para formarme con la escritora, licenciada en letras y traductora pública, Claudia Amengual en el Colegio de Abogados del Uruguay; y con la escritora y licenciada en Letras Mercedes Estramil en talleres del Club Biguá.

Tiene tres libros de cuentos (de adultos) publicados.

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