*) Prof. José Luis Corbo

“Ilusionistas los políticos que, como cantaba Fígaro, fingen ignorar lo que saben y saber lo que ignoran, se encierran con dobles puertas para meditar sobre el periódico, fingen ser profundos cuando están vacíos, pagan a los traidores cuando interceptan las cartas, y luego tratan de ocultar la bajeza de los medios bajo la nobleza de los propósitos” (Gramsci, S.1917)

Los Sofistas fueron grandes personajes de la antigua Grecia que cobraron su mayor relevancia luego de finalizadas las guerras persas. Se presentaban como una suerte de maestros que todos lo saben, de esos que parecen capaces de enseñar cualquier disciplina, y cobraban muy bien por hacerlo. Su principal virtud era preparar a los individuos en el arte de la oratoria. En definitiva, enseñaban a argumentar.

Platón odiaba los sofistas. Pensaba que lo que hacían era tan peligroso que era probable que cualquier comerciante -llámese ahora empresario- lograra acceder al poder político sólo en base al don de la oratoria y sin ningún tipo de solidez en los argumentos. Porque, en definitiva, desde la perspectiva de los sofistas, no importaba el objeto analizado ni el propio análisis, sino la capacidad comunicativa y argumentativa del interlocutor.

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Los períodos preelectorales reviven los fuegos de eternos debates sobre diversos campos que se configuran en relación con las formas en que se defina el poder simbólico de dichos campos. Para el caso del campo de la educación, por ejemplo y en la actualidad, cada vez son más los agentes que son parte de él y que ostentan ese poder. Agentes propiamente educativos, agentes económicos/corporativos, agentes políticos, agentes sociológicos, psicológicos y tantos otros presuntamente inusitados, que logran hacerse presentes en la disputa.

En estos períodos de vorágine propagandística, escuchamos de forma permanente y hasta agobiante, a las mismas personas hablando de cosas muy diferentes. Muchas de esas cosas no parecen estar ni remotamente vinculadas, pero eso no aparenta importar a los oradores políticos ni a sus seguidores. Lo peligroso es que todos esos políticos que parecen tener el don de “hablar bien”, también parecen estar en lo cierto sobre lo que aseveran con una convicción tal que no solo convencen, sino que habilitan a sus fanáticos a una posible reproducción de sus afirmaciones. Afirmaciones muchas veces burdas en la medida en que se profundice en su análisis.

Como decíamos, y en relación con la educación, cada agente político que analiza la actualidad educativa, lo hará desde una perspectiva particular que estará vinculada, en la mayoría de los casos, al campo original de trabajo y eventual formación al que pertenece. Es así como entonces, un economista planteará que debemos educar para el mercado, un empresario que debemos educar para brindar servicios, y tantos otros ejemplos como se nos ocurran.

El hecho es que los campos, si bien se pueden diferenciar para su análisis teórico, poseen autonomía relativa, no son compartimientos estancos. Sus agentes pertenecen a otros campos que serán primarios o secundarios en virtud del sentido de pertenencia de dicho agente. Es así como, tal como expresábamos más arriba y siguiendo con el ejemplo, un agente del campo de la economía podrá vincularse también al campo de la educación y ostentará entonces, también, el poder simbólico de ese segundo campo.

Lo cierto es que la pertenencia al campo, espacio de realidad objetiva, estructurada y estructurante, construye en lo sujetos formas de pensar y de hacer que serán el reflejo de dicho campo. Cada persona, desde la perspectiva de Bourdieu, es constructora/construcción de habitus. Es decir que las formas de pensar y de hacer del sujeto serán el reflejo del lugar que ocupe en la lucha por el/los poder/es en disputa en el/los campo/s al/a los que pertenece/n.

Es entonces como parece poco probable, que un agente perteneciente al campo de la economía abandone su habitus de economista al momento de vincularse al campo de la educación. Es imposible que un dirigente empresarial dueño de empresas prestadoras de servicios se “convierta” a la pedagogía y deje de lado sus intereses originales para ingresar al campo educativo. Porque, como decíamos más arriba, las ideas no nacen por sí mismas, nacen de una realidad objetiva y estructurada por el campo original de pertenencia.

Hoy no tenemos sofistas propiamente dichos, pero estamos rodeados de grandes oradores. Cada uno encuentra un giro diferente y atractivo sobre su discurso, pero ese discurso esconde el valor objetivo del campo al que pertenece. Es así como todos los agentes políticos hablan de educación con propuestas mágicas, pero ninguno de ellos pertenece al campo de la educación. Son simples oradores cargados de contenidos huecos, del sinsentido del educar que, en un intento por “arrimar agua para su molino”, son la voz del lugar al que realmente pertenecen y al que defienden, siempre, protegiendo los intereses de un determinado sector. 

Finalmente, tenía razón Platón. Es peligroso enseñar a argumentar.

*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).

Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.

(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.

Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.

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