*) Prof. José Luis Corbo

“Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase” (Lenin)

Es probable que, la gran carencia de los sindicatos de la educación sea la falta de intercambio político ideológico con sus afiliados no directivos, la ausencia de espacios de debate que no se enfoquen en los problemas como emergentes, sino en los supuestos teóricos que subyacen dichos problemas.

La dificultad real para entender la lógica de los famosos paros en educación, que no es la misma lógica de los paros de otras épocas, porque al paro hay que situarlo para pensarlo, radica en la falta -intencional o no- de espacios reflexivos de análisis profundo que promuevan en el trabajador el desarrollo crítico para actuar conscientemente y no promovido por el sentido o no de pertenencia a un colectivo o, sencillamente, por motivaciones personales.

Es inevitable pensar un sindicato como una estructura político-ideológica creada por los trabajadores y trabajando para ellos. Parece innecesario acotar que, en este escenario, los intereses personales serán subordinados por intereses colectivos que, en función de un sentido también colectivo que sostenga las prácticas del propio sindicato, tomará como faro un proyecto social pensado sobre un referente de justicia social que garantice, entre otras cosas, las condiciones laborales de los trabajadores como parte del engranaje que sostiene el propio proyecto.

Decimos, en este sentido, que el fondo de las acciones sindicales deberá ser siempre el proyecto y no los propios trabajadores porque parece a priori contradictorio asumir que existe una significación válida en cuanto a las mejoras laborales si el proyecto social no se construye de la mano de esas acciones.

Es también de orden aclarar los matices partidarios que los propios sindicatos toman -en función de que hoy parecen ser el principal trampolín político- condicionando acciones de sus afiliados en base a pensamientos que responden más al sentido de pertenencia a ese sector político que a la propia clase trabajadora.

Debería ser prioridad de cada sindicato el declararse independiente de los sectores político-partidarios, más allá de que luego sus propias prácticas los enfrenten a la inevitable imagen de la contradicción.

Como decíamos inicialmente, los espacios de debate serán el lugar de circulación de los saberes básicos para poder comprender un fenómeno que necesariamente requiere de un análisis profundo. El propósito de la formación de los trabajadores será facilitar los aspectos teóricos que subyacen al paro como práctica social, apelando a las ideas de Carr & Kemmis de que la única forma de entender una práctica es con teoría.

No existen prácticas neutras, aunque simulen serlo, porque el desconocimiento del fondo tampoco exime de culpas. Es parte medular del ejercicio de la democracia el desarrollo del interés personal que facilite un proceso reflexivo sobre un proyecto de país, más allá de que sabemos que existen maniobras que intencionalmente favorecen formas parcializadas de ignorancia.

Las palabras jamás son huecas, siempre están cargadas de sentidos. Y los sentidos se construyen sobre lo que se dice, pero también sobre lo que no se dice. Porque el silencio, en la mayoría de los casos, encubre prácticas de fondo que, para el caso de las acciones sindicales, son mucho más importante que los motivos explícitos de los propios paros.

Basta con intentar explicar los sentidos del seis por ciento a sujetos alejados de los ámbitos educativos, para darnos cuenta de que el problema no es explicar el propio porcentaje sino el por qué y el para qué de la inversión en educación a la luz de teorías macroeconómicas alineadas a la lógica del capital humano. Porque sabido es que, desde la línea del Banco Mundial, parece ser que la inversión en educación deberá significarse en el aumento del PBI. De lo contrario no se justifica.

Parar en educación va mucho más allá de parar para el seis por ciento. Va más allá incluso del sentido de pertenencia con el sindicato, o de estar afiliado o no. -convengamos aquí que no es lo mismo, muchos afiliados padecemos la falta de ese sentido de pertenencia-.

Parar va también más allá de identificarse con un determinado sector político partidario porque es de libro la independencia partidaria del trabajador como trabajador, no del trabajador como votante en el ejercicio de su derecho democrático.

Parar en educación es parar como medida de expresión frente a un proyecto social que encubre bajo las formas del cuatro y algo por ciento, las formas más repudiables del neoliberalismo. Es parar asumiendo que esas condiciones económicas que se reclaman son parte indispensable de un proyecto que deberá pensar la educación como una práctica liberadora y no como un proceso de promoción de la cadena productiva.

Parar en educación es, en definitiva, la voz de los docentes que se niegan a ser una víctima más de los acuerdos internacionales y que reclaman su espacio para pensar juntos y críticamente el fondo ideológico que sostiene el propio proyecto social del que todos, aunque no lo sepamos, somos parte.

 

*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).

Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.

(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.

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